Es casi un arquetipo: el experimentado viajero solitario que durante el monótono viaje en el tren transiberiano te invita a que le acompañes con un cuento sobre una de las muchas anécdotas que tiene sobre su viaje. Así está construida «Postal para una bailarina» de Eva Koch.
El espectador conoce a Jørgen Hansen Koch, el primo de la artista, que cuenta una anécdota que transcurre mientras las ventanas del tren van mostrando el paisaje ruso. Una sucesión de pequeñas estaciones de pueblo donde la gente ofrece sus artículos a los pasajeros del tren y enormes planicies en las que el cielo parece acercarse a la tierra.
La bailarina del título hace crecer las expectativas por que se trate de una aventura. Pero el cuento trata en realidad de una postal que lleva un sello ruso con una bailarina que, por enviarla a una amiga en medio del trayecto entre Rusia y Mongolia, hizo que el relator casi perdiera el tren. «Qué era lo que decía esta postal dirigida a la bailarina, que ya hace piruetas en su mente» Nunca lo sabremos, pero podemos percibir que eso valía más que una historia.