La rueda de Sankt Annæ es una pieza lúdica de concepción escultórica para los más pequeños y los que no lo son tanto. Con La rueda de Sankt Annæ, Eva Koch demuestra que la escultura es un elemento esencial a la hora de replantear el espacio urbano, que una escultura también puede funcionar como instrumento de juego y crear un espacio local, y que un escultor que trabaja en un espacio público debe necesariamente tratar con mimo el lugar concreto en el que trabaja.
La rueda de Sankt Annæ se compone de dos esculturas —un paisaje colinoso y una estructura para trepar— creadas especialmente para la plaza de Sankt Annæ de Copenhague como parte de un proyecto de reestructuración y adaptación climática de la zona.
Visto desde arriba, el paisaje colinoso forma un círculo con cuatro aberturas, mientras que desde los laterales se ven las cuatro colinas que constituyen el perímetro del círculo. En el centro del círculo, entre las suaves colinas, hay arena de mar blanca. Las cuatro colinas están recubiertas de pavimento de goma que hace de ellas un lugar de juego agradable y seguro para los niños. Toda la escultura invita a los pequeños a encaramarse, correr y jugar dentro, encima y alrededor de la forma a la que se enfrentan físicamente de tú a tú. Las colinas, de mayor tamaño que el cuerpo de los niños, son para ellos un paisaje donde desaparecer, por ejemplo cuando se sientan a entretenerse con la arena del centro.
Las cuatro colinas están rodeadas por cuatro secciones curvas de bancos de aproximadamente seis metros cada una que, al mismo tiempo, actúan como pantalla y cierran el espacio. Independientemente del punto de vista que se adopte, la escultura ofrece diferentes variaciones del tema del círculo, también en forma de barandillas pareadas que comunican cada par de colinas.
La estructura para trepar es una elegante construcción abierta integrada por diecisiete arcos de acero que en su conjunto componen una forma orgánica semejante a un armadillo o un gato que arquea el lomo. En la panza del animal hay una hamaca redonda hasta la que los niños pueden trepar.
Al contemplar la estructura de acero desde el extremo opuesto del paisaje colinoso, se hace evidente lo consciente que ha sido el trabajo de Eva Koch a la hora de ir desplazando los arcos, integrarlos en una elegante interacción —de unos con otros y también con las hileras de árboles que los flanquean— y crear un armonioso contraste con el riguroso clasicismo de los palacios de la plaza.
Las esculturas han estado sujetas a numerosas limitaciones en lo tocante a la altura, el color, los materiales, la ubicación respecto a instalaciones técnicas subterráneas, etc., todas ellas dictadas por su integración en el ambicioso proyecto arquitectónico de reestructuración de toda la plaza. Ha sido necesario hacer muchas concesiones para lograr completar la obra, pero su expresión final no podía resultar más convincente ni más clara y las concesiones son imperceptibles.